El sábado 20 de agosto, cinco valientes integrantes del COA La Plata decidimos enfrentarnos al rigor estacional de este gélido invierno y caminar los sinuosos senderos y terraplenes del canal Martín-Carnaval, mientras otros integrantes de esta gloriosa agrupación, aducían resfríos, bajas temperaturas y embarazos de empleadas (marche un ADN por aquí), como excusas para no participar de esta noble actividad que es el avistamiento de aves. Hasta uno que no laburó nunca puso como pretexto razones de trabajo (no lo quiero quemar pero su nombre tiene ciertas coincidencias con el lugar que fuimos a relevar y le gustan mucho los reptiles, su nombre empieza con M y termina con n). Bueno, basta de pistas.
Fuimos en busca de aves, y allí estaban. Patos, cisnes y gallaretas se disputaban los espacios en el agua y las islitas de la cava, el aire era surcado con fiereza por teros, gaviotas y biguaes. La licenciada Carettoni luchaba contra el viento, que le impedía, por la fuerza con que soplaba, hacer un enfoque óptimo con sus binoculares.
Guille (inmortalizado para la historia de la ornitología por su frase “a mi no me asusta el frío”) extraía de sus petates un extraño adminículo que había adaptado a su cámara y que nadie entendió para que carajo servía.
Después de caminar un rato, cansados y con frío, decidimos tomar mate a la vera de la cava. Entre mate y mate, con Guille nos entreteníamos, destrozando a nuestros compañeros ausentes.
Los caranchos y chimangos, de parabienes, se disputaban los pedazos, aunque a algunos yo no sé porqué, los dejaron sin tocar. Don Julio, sacó a relucir su anecdotario, plagado de pecados de juventud. El Barba ante tamaño prontuario (para los que no están en el tema, es el señor que vende mojarritas en el Diag. 74), fué ascendido a la categoría de Santo Mártir.
Nos encaminamos entonces hacia el albardón y después del paso rasante de un gavilán planeador me encontré frente a frente con un insecto. Lo llamé a Holger para que lo identificara. Ahí me dí cuenta que no era el teutón, sino Marcos el que estaba con nosotros (también, no había abierto la boca hasta ese momento), y en respuesta a mi pregunta de si conocía a ese tetigónido me contestó,"si vamos a hablar de tetas, hablemos de la Salazar".
Aclarado el tema nos dispusimos a perseguir a un sietevestidos. En ese momento fué cuando Julio, nos preguntó el porqué o la razón de ese extravagante nombre. Desde ese día no puedo dormir buscando la respuesta. Siendo el mediodía emprendimos el regreso.
Prometo que para el próximo relato seré (como decía el gran Marechal en su magnífica obra Adan Buenosayres) "solemne como pedo de inglés".
Comentario: Jose Luis Lamela
Fotos: Marcos de Rosa, Jose Luis Lamela
Fuimos en busca de aves, y allí estaban. Patos, cisnes y gallaretas se disputaban los espacios en el agua y las islitas de la cava, el aire era surcado con fiereza por teros, gaviotas y biguaes. La licenciada Carettoni luchaba contra el viento, que le impedía, por la fuerza con que soplaba, hacer un enfoque óptimo con sus binoculares.
Guille (inmortalizado para la historia de la ornitología por su frase “a mi no me asusta el frío”) extraía de sus petates un extraño adminículo que había adaptado a su cámara y que nadie entendió para que carajo servía.
Después de caminar un rato, cansados y con frío, decidimos tomar mate a la vera de la cava. Entre mate y mate, con Guille nos entreteníamos, destrozando a nuestros compañeros ausentes.
Los caranchos y chimangos, de parabienes, se disputaban los pedazos, aunque a algunos yo no sé porqué, los dejaron sin tocar. Don Julio, sacó a relucir su anecdotario, plagado de pecados de juventud. El Barba ante tamaño prontuario (para los que no están en el tema, es el señor que vende mojarritas en el Diag. 74), fué ascendido a la categoría de Santo Mártir.
Nos encaminamos entonces hacia el albardón y después del paso rasante de un gavilán planeador me encontré frente a frente con un insecto. Lo llamé a Holger para que lo identificara. Ahí me dí cuenta que no era el teutón, sino Marcos el que estaba con nosotros (también, no había abierto la boca hasta ese momento), y en respuesta a mi pregunta de si conocía a ese tetigónido me contestó,"si vamos a hablar de tetas, hablemos de la Salazar".
Aclarado el tema nos dispusimos a perseguir a un sietevestidos. En ese momento fué cuando Julio, nos preguntó el porqué o la razón de ese extravagante nombre. Desde ese día no puedo dormir buscando la respuesta. Siendo el mediodía emprendimos el regreso.
Prometo que para el próximo relato seré (como decía el gran Marechal en su magnífica obra Adan Buenosayres) "solemne como pedo de inglés".
Comentario: Jose Luis Lamela
Fotos: Marcos de Rosa, Jose Luis Lamela