Era la mañana del sábado 21 de marzo, cuando llegamos al arroyo Correa en varios autos, y después de estacionarlos al costado del camino, nos reunimos todos sobre el puente. Como soy una recién llegada al grupo no conocía a nadie, pero eso no importaba demasiado ya que algo muy lindo nos unía: el amor por las aves en su ambiente natural.
Nos dividimos en dos grupos y cada uno marchó en sentido contrario por las margenes del arroyo, uno aguas arriba y el otro aguas abajo. A poco de andar caminando entre los pastos y juncos descubrimos que con nosotros venían también otros compañeros: el calor y los mosquitos. Pero nada podía detenernos y mucho menos cuando vimos un verdón, posado en un arbusto, en medio del campo.
Más allá aparecieron cotorras, caranchos, horneros, mistos, un biguá y varios teros. Proseguimos la marcha por el campito para luego acercarnos al arroyo. Allí la vegetación se hizo más cerrada con juncos, totoras y algunas cortaderas. Además el suelo ya no era tan firme y en muchos rincones se pisaba agua. Los mosquitos escandalizados con nuestra intromisión nos zumbaban en los oídos y se nos metían en la boca.
Nada importaba, especialmente después de ver varios picos de plata, unos volando, con el placer de ver sus alas y cola blancas o paraditos en los postes de alambrado, como si nosotros no existiéramos.
Vimos un leñatero, un arañero cara negra, un pecho amarillo, dos chajaes volando sobre los juncos (espectaculares!) y al acercarnos a la orilla como en un remanso aparecio ante nuestros ojos para mí lo mejor del día: una becasina metida entre los juncos, perfectamente mimetizada, agachadita y mirándonos muy seria con su ojito redondo y brillante . Nunca había visto una y me conmovió verla allí, tan inocente ante nuestros ojos, creyéndose que nadie la veía.
Allí vimos un junquero, un piojito gris, un varillero ala amarilla y una garza bruja ( nunca un nombre mejor puesto: le falta la escoba!)
Si tenía dudas sobre si la gratificación iba a compensar al calor, a los pies mojados y a los mosquitos, en ese momento se disiparon por completo. Creo que es allí donde uno ya no se siente espectador sino parte misma de ese paisaje , los pájaros no están más allá sino que son nuestros pares. A partir de allí, emprendimos la vuelta hacia el puente para encontrarnos con el otro grupo, con el que hicimos un gratísimo recreo a la sombra de unos árboles, con mate, torta y galletitas.
Otra vez emprendimos la marcha, esta vez aguas abajo. El calor abrumaba y el sol derretía el paisaje lejano e indiferente. Pocas aves, un grupo numeroso de golondrinas pardas fueron fotografiadas, llegando al río un suirirí amarillo y varias torcazas.
En el agua, unas pocas gallaretas chicas y escudetes rojos, nada más. Así que decidimos el regreso. Al pasar por un pequeño canal, a Guillermo se le ocurrió sacar unas plantas acuáticas para su estanque, de las que había montones. Ante su vacilación, fue alentado por quien escribe porque eran bonitas y se las veía resistentes. Lamentablemente, esta acción inocente fue catalogada de “saqueo” por el fotógrafo !!!
Finalmente, cuando ya no podía con mi alma y los pies y la cara me explotaban de calor y ya no me importaba nada, apareció un sobrepuesto hermoso, solo, en el medio del campo. Brillante final para un día brillante.
Comentarios: Cristina Bugueiro
Fotos: Rafael Gonzalez, Federico Silvestre y Mariel Rodriguez